Era la primera vez que visitaba una Iglesia Católica tan peculiar. En medio del tumulto de personas que se abarrotaban a lo largo de la edificación, me sentía hipnotizada por el intenso olor a sahumerio que inundaba la habitación, mientras miles de cirios multicolores y una gran cantidad de ramas de pino cubrían por completo el piso en el que miles de indígenas veneraban decenas de imágenes católicas rodeadas de espejos, frente a las cuales confesaban sus pecados mientras se veían reflejados, como símbolo de que no es posible mentirse a sí mismo.
Las imágenes que comprendían desde la advocación del Sagrado Corazón de Jesús hasta la imagen de María Magdalena poseían en sus rostros unas facciones de tez blanca que diferían mucho de las imágenes católicas de origen europeo a las que estamos acostumbrados y su vestimenta se encontraba compuesta por ostentosos trajes fabricados con colores y materiales típicos de la región.
Frente a cado uno de ellos, los curanderos -a los que los miembros de la comunidad acuden cuando padecen desde el más leve dolor de estómago hasta la más grave enfermedad- realizaban oraciones a los Santos poniendo en sus manos la vida del enfermo y posteriormente, ofrecían a éste un sacrificio. Fue así como pude observar el momento exacto en el que una gallina era sacrificada, mientras mis compañeros de viaje optaban por apartarse de lo que consideraban una escena cruel.
En contraste con el misticismo y la magia que había en aquél lugar, a las afueras del templo los pobladores locales bebían mezcal y cerveza al ritmo de una agrupación de Banda, mientras sus trajes típicos se ondeaban al viento. Sin embargo, tanto adentro como afuera, todo se trataba de un verdadero festejo. Era un 24 de junio, día de San Juan Bautista y de una de las celebraciones más importantes del pueblo tzotzil, ubicado en la localidad de San Juan Chamula en el estado mexicano de Chiapas.
Chiapas, el cual constituye uno de los 32 estados de México, se encuentra ubicado en el extremo sureste del país, en la frontera con Guatemala y cuenta con aproximadamente 70 mil kilómetros cuadrados, en los cuales es posible hallar la más variada belleza natural. Tan sólo en la frontera con Guatemala se ubica la Selva Lacandona, donde se encuentra concentrado aproximadamente el 20% de la fauna existente en el país y alrededor de 3.000 especies de plantas. Este hecho va acompañado del predominio de climas tropicales húmedos y sub-húmedos con temperaturas que varían a lo largo de todo el año entre los 21°C y los 30°C.
Adicionalmente, este Estado, cuya capital es la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, cuenta con una población alrededor de 5´217.908 habitantes, motivo por el cual para el año 2015 era la séptima entidad federativa con mayor población en México. Sus habitantes se encuentran distribuidos en 118 municipios, entre los cuales 47 de ellos son considerados municipios indígenas al albergar casi dos millones de nativos, lo que convierte a Chiapas en el Estado con la población indígena más alta del país después de Oaxaca.
Las tierras Chiapanecas, fuente de magia y tradición, dieron abrigo a la gran cultura maya, heredera a su vez de los avances zapotecos y olmecas, lo que ocasionó que en su interior se diera paso al florecimiento de una sociedad estratificada, asentada en ciudades que eran gobernadas de manera independiente.
No fue hasta el año de 1521, cuando los conquistadores Españoles hicieron el primer intento de conquistar tierras chiapanecas, obteniendo un fracaso ante el aguerrido y feroz espíritu de resistencia de los indígenas, quienes tuvieron que ceder ante la llegada posterior de un ejército más organizado dirigido por Diego Mazariegos, quien fundó la Villa Real de Chiapas, hoy conocida como San Cristóbal de las Casas, la cual fue la capital del Estado hasta el año de 1892, cuando el poder político se trasladó a Tuxtla.
Sin embargo, pese a la dominación española y el fuerte abandono estatal tras la independencia, los habitantes de Chiapas siempre han conservado el espíritu guerrero de sus orígenes. Por ese motivo, no es de extrañar que haya sido allí donde se gestó el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el cual surgió en medio de las selva chiapaneca como un medio para hacer frente a los atropellos y olvido permanente del que eran víctimas los pueblos indígenas y de esa manera, reivindicar su dignidad y reclamar la autonomía de sus comunidades, hecho que no sólo generó un despertar de conciencia en la sociedad mexicana sino en el mundo entero.
Llegué allí como destino final del intercambio académico que realicé en México. El viaje que me condujo hasta tierras chiapanecas me tomó alrededor de 24 horas desde la ciudad de Guadalajara, tras las cuales me esperaba mi adorable amiga Ale, a quien tuve la oportunidad de conocer en la ciudad de Xalapa, Veracruz y quien junto a su familia me brindó toda su amabilidad y calor humano. Sin embargo, el transcurso me pareció mucho más corto, pues en la medida en que iba avanzando, a través de la ventana del bus podía observar algunos de los más majestuosos paisajes que he visto en mi vida. Mi visión se dejaba deslumbrar por una inmensa variedad de verdes que me atrapaban y a su vez, escapaban de mí.
En términos más sencillos: me enamoré de Chiapas. Durante mi estancia, pude maravillarme con el mágico ambiente de San Cristóbal de las Casas, cuyas artesanías me recordaban las hermosas invenciones que pueden elaborar las manos del hombre; soñar con sumergirme en las aguas cristalinas verdes y azuladas de las Lagunas de Montebello; sorprenderme con las enormes cascadas del Chiflón; navegar a lo largo del imponente Cañón del Sumidero; y enamorarme una vez más de la gastronomía y el enorme corazón de las familias mexicanas, durante mi estadía en Comitán.
El último lugar de Chiapas que visité fue San Juan Chamula, localizado a tan sólo diez kilómetros de San Cristóbal de las Casas, un pintoresco lugar regido netamente por las tradiciones y costumbres de los tzotziles, una comunidad indígena de la familia mayense a la que tuve oportunidad de conocer ese 24 de junio que describo al inicio de mi escrito.
Cuando llegué allí lo primero que me impresionó fue el cuerpo de aproximadamente 40 hombres que caminaban en bandada a lo ancho del parque vestidos con abrigos elaborados con piel de borrego. Sin embargo, después ingresé a aquella Iglesia, el sitio que para mí condensa lo que fue Chiapas en mi vida: un lugar mágico donde lo mejor de nuestros ancestros se fusionó para dar paso al más perfecto de los sincretismos y en el cual, los árboles aún conservan los secretos del alma y del corazón de los indígenas.