Un bosque en Eslovenia

por Ciro Montañez

Un día de finales de agosto de 2016 viajé hacia un bosque de Eslovenia. En junio del mismo año recibí una noticia que me puso muy triste y pensé que tal vez viajar hasta allí sería una posible cura. Antes de esto no sabía nada de este pequeño país del centro de Europa; aunque había conocido a una persona que nació allí, yo pensaba que él era de Eslovaquia, otro pequeño país del centro de Europa.

Entonces desde junio comencé a averiguar sobre Eslovenia. Me enteré de que es un país muy joven, más que yo, ya que antes de 1991 su actual territorio hacía parte de La República Federal Socialista de Yugoslavia que luego se dividió en Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Serbia, La República de Macedonia, Montenegro y Kosovo. A pesar de esto, también se podría considerar un país muy antiguo ya que hay evidencia de que su territorio ha sido habitado desde hace unos doscientos cincuenta mil años. La actual población de Eslovenia, desciende del pueblo eslavo que se asentó allí en el siglo VII d.C.

También me enteré de cosas como que su capital es Liubliana, su idioma es el Esloveno y que allá nació Melania Trump.

Pero en realidad, mi interés por ir a Eslovenia no tenía nada que ver con Eslovenia. Fue simplemente una coincidencia y una buena fortuna que la persona a quien iba a visitar, quien me ayudaría a tener mi “experiencia curativa”, acababa de volver a su país después de vivir más de 10 años en Inglaterra, y que desde diciembre de 2015 los colombianos no necesitamos una visa de turismo para ir a la zona Schengen, un grupo de países europeos que incluye a Eslovenia.

Menciono lo de la visa porque siempre me ha dado una gran “mamera” sacar visas: llenar formularios, pagar más de cien dólares, hacer fila e ir a entrevistas. Antes, por mi nacionalidad colombiana, tenía el frustrante pensamiento de que siempre necesitaría una visa para salir a otro país, pero afortunadamente estaba equivocado y en los últimos años son menos los países que exigen una visa a los colombianos.

Esta combinación de no necesitar visa, de estar muy triste, de conocer a una persona que me podría ayudar a realizar mi “experimento” y de que esta persona estuviera viviendo en Eslovenia, fue la razón de viajar allí.

Salí el 18 de agosto de Bogotá a Orlando, Florida; esperé unas 6 horas y luego de Orlando a Newark, New Jersey. Allí me recogió mi hermana en el aeropuerto y me quedé con ella y su esposo por 10 días en New Jersey. Después tomé un vuelo de New York a Estambul, Turquía, y otro de Estambul a Liubliana.En Liubliana me recogió en el aeropuerto Andreja, y aquí comienza una historia de mucha generosidad hacia mí, que a veces me parece increíble, me hace dar un poco vergüenza y también me pone muy feliz. A Andreja la conocí en Cittaviveka, un monasterio budista en Chithurst, Inglaterra. Hablamos unas pocas veces, pero nos hicimos amigos de Facebook. Más de cuatro años después ella me recogería en su país, me llevaría a su casa, donde también viven sus padres, me daría de comer y me prestaría su cama para que descansara después del largo viaje.

Después de descansar en la casa de Andreja, ella me llevó en su carro rojo a Goljek. Goljek es un pequeño asentamiento en la región de la Baja Carnolia, en la municipalidad de Trebnje. La casa número tres pertenecía a la abuela Pavlina, quien murió en mayo de este año. Su nieto es un monje budista llamado Hiriko. él pertenece a la tradición del bosque tailandesa y se ha entrenado en la vida monástica en varios monasterios fundados en occidente por estudiantes del maestro tailandés Ajahn Chah. él vive ahora en una cabaña, también llamada kuti, que Mame, una señora tailandesa, le regaló. La cabaña está muy cerca de la casa que dejó la abuela Pavlina, en un bonito bosque esloveno, el mismo bosque en el que yo viviría por dos meses y medio.

El monje Hiriko también tiene el título de maestro, que en tailandés se dice parecido a “Ayan”, aunque en inglés lo escriben cono Ajahn. Cuando le pregunté a Ajahn Hiriko si podía ir a vivir 3 meses en su pequeño monasterio, él me dio su apoyo y escribió una carta de invitación formal para que las autoridades de su país me dejaran ingresar. Además de esto me dijo que podía usar la comida que la gente dona al monasterio para alimentarme y que pronto iban a terminar de construir un kuti más pequeño que el suyo en una parte aislada del bosque, el cual yo podría utilizar. También me dijo que podía volverme anagarika que es algo así como un pre-novicio, uno de los pasos anteriores a volverse monje. A mí me pareció que podría ser una experiencia interesante, entonces dije que sí.

La vida en el monasterio era bastante simple: despertarse, desayunar, lavar los platos, trabajar un poco, preparar el almuerzo, lavar de nuevo los platos, sacar la basura, tal vez lavar la ropa, caminar un poco, cargar madera para el fuego, construir algo, limpiar, barrer, volver a caminar, hablar un rato, sentarse a leer, sentarse a mirar por la ventana, sentarse a no hacer nada, escuchar los pájaros, escuchar las hojas, escuchar un carro que pasa, ver el sol esconderse, tratar de ver un pájaro carpintero en la parte alta de un castaño, darle de comer a la gata Piya, tomar café, sentir que he visto la sombra de un venado, leer un libro con enseñanzas de más de dos mil quinientos años de antigüedad, prender un vela, hacer una fogata para calentar el cuerpo, recordar cómo se dice papas en esloveno, y más de tantas cosas que pueden pasar cuando se vive una vida simple.

Conocí poco de Eslovenia, ya que estuve casi todo el tiempo viviendo en el monasterio, aprendiendo sobre la naturaleza de las cosas, la meditación y el Budismo. Sin embargo, gracias a la generosidad de las personas que aparte de darme enseñanzas, hospedaje y comida, también me invitaron a ver algo de su país, pude conocer sitios muy bonitos de Eslovenia. Andreja me dio un tour por Liubliana, la capital de Eslovenia y la capital verde de Europa 2016. Los papás de A. Hiriko me llevaron a La Cueva del Alcalde, donde Andreja nos dio otro tour. Otro día, el papá de A. Hiriko, Marjan, me llevó a ver el lago de Bled, el rio de Vintgar y el castillo de Liubliana. Y en otra ocasión Andreja me invitó al castillo de Bogensperk.

Mi estadía en el monasterio Samanadipa de Eslovenia terminó el 18 de noviembre de 2016. Para mi fortuna, después de todas las experiencias y aprendizajes, me sentía muy bien y ya no estaba triste. Pienso que fue un viaje no planeado en el mundo exterior que sirvió para hacer un viaje necesario a mi mundo interior.



Les deseo a todos que puedan aprender mucho de todas las experiencias que se presenten en sus vidas: buenas, malas, difíciles, bonitas, feas, largas, cortas, oscuras, luminosas, dulces, amargas, divertidas, aburridas, etc. Y les deseo que dónde quiera que estén, en la gran ciudad, en el bosque, en un desierto, en un pueblo, en su casa, en un parque, en la carretera, en la escuela, en su cuarto, etc., puedan llegar a estar bien y contentos.

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