Ciudad de Flores

por Andrés Rozo

Viajar siempre es una aventura. En ocasiones, largas y lejanas; en otras, cortas, pero siempre son retos para nosotros mismos, para nuestra capacidad de ajustarnos a los modos, a las formas y a las maneras de actuar de otras comunidades. Mis viajes siempre han sido motivados por un interés académico y, cuando hablo de academia -siendo aprendiz de la filosofía-, me refiero a leer el mundo con conciencia; propiamente, con una conciencia en donde reconocemos que cada individuo es un mundo y cada ciudad una galaxia, y el planeta: nuestro universo, Universo Humano.

En esta ocasión, quiero compartirles mi llegada a una de las ciudades más hermosas de Colombia que, después de superar un periodo de violencia -con expresiones de crueldad extrema-, se ha convertido en paso obligado para turistas colombianos y extranjeros: Medellín; que, luego de algo de más de dos años, es Mi Medellín, mi eterna primavera….

Como todo cambio en la vida, la transición no es sencilla y menos cuando llegas a un lugar en donde nada te es familiar o, bueno, a excepción solamente del español, tan variopinta como quienes lo hablan; eso, sin contar los modismos, las expresiones propias con las que cada región en Colombia enriquece el español, y el acento que te delata en cada frase. Lo primero con lo cual te encuentras en esta ciudad es un sentido de fraternidad alto, más allá del civismo, incluso, del que deberíamos tener por un sentido de pertenencia con nuestra tierra: aquel terruño que nos vio nacer y nos amamanta la existencia. Aquí, las dicharacheras gentes, de esta hermosa ciudad con espíritu de primoroso pueblo, son muy amigables, por no decir adictos, a dar la acogida a propios y extraños; los que no son de acá y han tenido la oportunidad de vivenciar sus tratos, han aprendido muy bien esta lección. Segundo, y como ya lo mencioné, a los turistas y, sobre todo, a los extranjeros que viajan a perfeccionar su español, en la mayoría de los casos, le hacen un lugar con unas grandes oportunidades de socializar, aun si tan sólo se trata de practicar el idioma que estas aprendiendo. Y por último, de las cosas que más retumban en tú cabeza al darle un vistazo panorámico a la ciudad en el metro –su trasporte público- son las expresiones culturales: el cine, el teatro, los museos, las plazas: con cuenteros, con títeres, con bailarines.Esto, para mi corta visión de mundo, convierte a Medellín en una primavera globalizada: una oportunidad única para ser francés, polaco, checo, inglés, norteamericano, argentino, mexicano… ¡en una misma ciudad! Medellín es la clara visión del enamoramiento a primera vista, un amor de esos que no duele, de los que no pide nada a cambio sino, simplemente, que se deja beber de lo que deseas.

Por eso el metro, esa serpentina de alegría verdolaga encendida por cientos de chispas rojas, es un medio de trasporte en el cual disfrutas una experiencia de aprendizaje que, de alguna manera, todas las ciudades deberían imitar por el respeto a lo público, en pro de todos sus habitantes, o como también lo podemos vivir al encontrar teléfonos que, por muy curioso que nos pueda parecer, además de ser muy económicos, están en muy bien estado para el disfrute de todos y todas… Cosas tan geniales como estas te enamoran, porque con descarada coquetería te seducen a cuidar lo que la bella ciudad te da, pues, definitivamente, no vives solo: somos muchos habitando un mismo espacio.

Por último, los invito a Medellín y, si lo desean, a tomarnos un café colombiano en una tienda del centro, atendida por un extranjero, mientras en la plaza escuchas los gritos de minutos a 100, chontaduro con sal, 3 pares de medias por 5 mil y, todo ello, amenizado con un fondo de tangos, interpretado al ritmo del realismo mágico de un acordeón… Los invito a que seamos ciudadanos del mundo desde un rinconcito en la esquina del sur de Colombia, ¡mi amada “galaxia”!

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