Viajar es una relación, una relación contigo mismo pero al mismo tiempo con el mundo. Tuve la oportunidad de viajar a Francia para pasar las fiestas y el año nuevo, estando allí descubrí que es posible enamorarse de las ciudades. ¿Pero qué es enamorarse de una ciudad? Es la sensación emocionante y maravillosa de poder conocer sus lugares, su gente, sus esquinas, probar su comida y montar en su metro. Pero aún más importante es la sensación de redescubrirte a ti mismo; pues viajando siempre encontraras algo que desconocías de ti.
Nunca pensé que volvería a disfrutar tanto un paseo en bicicleta como lo hice cuando era un niño al aprender en la bicicleta de “Barbie” que era de mi hermana, pues al crecer, mudarme e iniciar nuevos proyectos mi habilidad para montar bicicleta (para muchos una capacidad completamente normal, para mí una prueba de que no soy tan amotriz como creo) pasó a segundo plano. Esto cambió el pasado Diciembre cuando tuve la oportunidad de volver a usar una. Esta vez la ruta era un poco más compleja que aquellas que me trazaba cuando era niño y revoloteaba en el barrio donde crecí, en esta ocasión seria para pasear junto a la rivera del rio La Saône donde pude ver los cisnes y a la gente pescar así como para recorrer el hermoso centro de Chalon-Sur-Saône durante una tarde de invierno e ir por Milhojas a la “Patisserie”, para mí una escena digna de película.
Mi anterior anécdota también me sirvió para poder entender que por más insignificante o simple que nos pueda parecer una experiencia esta puede cobrar más sentido después. Mi intención no es decir que debemos vivir en función del futuro, y menos la de restar valor a experiencias sencillas como recorrer mi barrio en bici cuando era pequeño. Pues ahí está el chiste de todo esto, si apreciamos y disfrutamos de estas experiencias sencillas estas pueden llevarnos a otras distintas y la vida misma se encargará de irnos sorprendiendo.
Estando en Chalon tomé junto con mi papá un tren con destino a Lyon, a los dos nos interesaba y emocionaba mucho conocer esta ciudad pues fue allí donde los Hermanos Lumière lograron dar movimiento a las fotografías creando lo que hoy conocemos como video. Al llegar mi papá y yo nos aventuramos al metro en el cual puedo decir que nos defendimos bastante bien para no ser Francoparlantes… O eso era lo que yo creía pues durante el día conocimos a algunas personas que además de ser muy amables nos ofrecieron una buena charla, gran parte de esta mi padre la sostuvo en un excelente francés lo cual me dejó maravillado. (Yo a pesar de haber aprendido bastante me llegué a ver en aprietos para pedir un Happy Meal). Una vez en el museo mí papá y yo no podíamos creerlo, años de intentos y otros de inventos más exitosos para llegar a tecnologías que hoy en día damos tan por sentado. Tuve frente a mis ojos todos aquellos inventos de los cuales aprendí en mis clases de fotografía e historia del cine y que en cierta forma parecen ser tan lejanos a uno, pero aquí entraron en contexto.
Tal vez no hay que ir a la ciudad más lejana o grande del planeta para llegar a esta conclusión, pero en mi caso personal mi amor por los lugares diversos y distintos a mi habitual, me ayudo a darme cuenta de qué me encanta andar en bicicleta y que quiero hacerlo más seguido, que me encanta poder hablar con gente que tenga historias que contarme (así me tengan que traducir), que reafirmo mi amor por el cine y qué mi papá sabia francés... Por esto agradezco a las ciudades, porque cuando te encuentras inmerso entre la gente tienes la capacidad de entender que no eres único y que eres único. La ciudad tiene la capacidad de individualizarte y darte el coraje de mostrar lo mejor y lo más verdadero de ti pero tambíen de darte la sensación de que no estás solo y que perteneces a un grupo de personas que como tú también tienen sueños, metas, éxitos dificultades y proyectos.
Así que los invito a disfrutar de cada nueva experiencia, a decirle sí a las cosas que los inspiran, les interesan y los mueven. Por ultimo quiero preguntarles…