Cuando me preguntan sobre mi vida en Rusia siempre respondo: “fue toda una odisea” y siempre tendré presente eso, especialmente porque lo primero que me dijo mi mejor amigo al saber que me iba a este país fue “¿Rusia?... ¡Estás muy loco!”
Cuando se es joven y tonto, se suelen tomar muchas decisiones sin consultar, investigar o siquiera indagar en las repercusiones, ventajas y consecuencias; eso fue lo que me ocurrió a los 18 años: era estudiante de química (si, la ciencia pura) de la Universidad de Antioquia y quería desesperadamente convertirme en doctor. Un día, sin mediar lo que podría significar irme al exterior, apliqué a una beca a Rusia y en menos de lo que canta un gallo terminé en una de las aventuras más locas y enriquecedoras de toda mi vida.
Todo empezó un 29 de octubre de 2009, día en el que tomé mi primer vuelo internacional. Debo decir antes que en los meses previos a mi viaje aprendí a leer el alfabeto cirílico con la ayuda de una Ucraniana que vive en Pamplona y de un traductor profesional del idioma radicado en la ciudad de Bogotá. Me dediqué en cuerpo y alma a aprender ruso en menos de 4 meses, porque sabía que era lo único que me iba a facilitar mi estancia en el país más grande del mundo. Sin embargo, a pesar del esfuerzo, solo pude articular algunas palabras y frases sencillas, ya que la falta de práctica se convirtió en mi peor enemigo. Aun así, ese pequeño esfuerzo se vio recompensado después de 24 horas de viaje entre Colombia, Panamá, Cuba y finalmente Rusia. Al ser el único de los colombianos que se animó a aprender algo antes del viaje, me convertí en una especie de loro guía; todo lo que veía lo leía y si conocía la palabra se la enseñaba a mis compañeros de aventura, todo esto desde el primer instante en el que llegamos, con nueve horas de diferencia (si, fue un viaje al futuro), a la ciudad de Moscú. Mi primera palabra en leer fue Домодедово (Domodiedova), el nombre del aeropuerto al que llegamos, luego vino Вход (Vhod – Entrada) y su contraparte Выход (Vyhod – Salida) y así sucesivamente… Todo era aprendizaje, pero lo más curioso fue el olor; Rusia tiene un olor particular, algo diferente a lo que se está acostumbrado, algo que de verdad no puedo describir con palabras, pero que si lo vuelvo a sentir, sin duda alguna sabré que es “olor a Rusia”.
Después de unos meses logré acostúmbrame a la diferencia horaria de Rusia con mi país y al poco tiempo, después de haber empezado en forma mis clases de ruso, podía de forma discreta hablar, conversar y entender, gracias al idioma, la rica cultura de este país.
Mis clases en la Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos o Российский Университет Дружбы Народов (Rossiskii Universitet Druzhby Narodov) eran algo muy interesante: cuando eres extranjero, debes tomar un curso de por lo menos un año del idioma en el que se mezcla la cultura con las clases tradicionales del grado 11 en Colombia, es decir, química, física, matemática, biología, y literatura… en ruso. Yo siempre creí que al ser un ex estudiante de química tenía cierta ventaja en las 4 primeras, pero todo cambió cuando vi por primera vez una tabla periódica rusa de los elementos químicos. Es tan diferente que debo admitir sentí mucho miedo. Por supuesto, la práctica hace al maestro y en cuestión de semanas pude entender y dominar la tabla, así como el vocabulario técnico, la metodología de enseñanza y aprendizaje y las largas horas en el aula de clase sin descanso.
Hubo algo en las clases de literatura e historia rusa que me cautivó; una nación tan grande y antigua tiene una riqueza incalculable que se ve representada en todas sus expresiones artísticas. De pronto, la química y la medicina no parecían tan interesantes, y prefería terminar inmerso en la великая русская история (Velikaya russkaya historia – La gran historia rusa) y sus personajes representativos que estar entre tubos de ensayo o aprendiendo sobre huesos y músculos. Pushkin, Lermantov, Chejov, Gogol, Tolstoi, Dostoyevskii y compañía se convirtieron en grandes maestros que complementaban mis visitas a los cientos de museos en la ciudad, fuera cual fuera el ámbito. Gracias a mis amigos filólogos Zulma, oscarj y Estefanía y la estudiante de arte Alexandra (todos latinos) pude seguir descubriendo día a día las maravillas de la gran ciudad de Moscú. En cada rincón había algo nuevo qué descubrir; la Plaza Roja (Красная Площадь) no lleva su nombre por ser roja, sino por la similitud de la palabra rojo y bello en ruso antiguo, y este sitio representativo, junto con el Kremlin, eran solo la punta del iceberg: la Galería Tretiakov (Третьяковская Галерея) el parque Gorki (Парк Горький), El Jardín de Aleksander (Александровский Сад), el Museo de Pushkin (Музее Пушкина), las miles de galerías independientes e incluso las mismas estaciones del metro de Moscú resultaron ser lugares mágicos que siempre tendré en mi memoria. A veces, solo bastaba con perderse en la inmensidad de la ex capital soviética para entender la magnitud de su riqueza reflejada en los rostros de miles de habitantes en su cotidianidad.
El poder ver y entender esta cultura, me permitió también conocer a grandes personas que, fácilmente, encajaban lejos del estereotipo de fríos y poco amables. El contacto con gente rusa me permitió de igual forma aprender un “ruso de calle” que me facilitó increíblemente las cosas cuando quería comunicarme. Bastaba con decir una de las muletillas favoritas de los moscovitas, Прикинь (Prikin) para sentirse como uno de ellos, aunque conocer el idioma bien y no perfectamente dificultaba un poco querer ahondar en temas complejos o ver películas sin preguntarse qué había ocurrido en la escena anterior. Aun así, hay algo a lo que nunca te vas a acostumbrar completamente y es al clima de esta ciudad; 6 meses de invierno, 3 meses de lluvias torrenciales, 2 meses de otoño y un solo mes de intenso verano suelen complicar las cosas (y tu vestuario) sin lugar a dudas. La nieve me encanto desde el primer momento que la vi caer, pero 2 semanas después solo quería poder caminar sin caerme por la calle. Las precipitaciones de nieve son tan fuertes en el invierno que es común ver las barredoras todo el día limpiando las calles y llega a ser tan espesa que dificulta el tránsito de peatones y vehículos.
A propósito… aunque el metro de Moscú es rápido y transporta demasiada gente, la ciudad sigue teniendo uno de los peores tránsitos vehiculares del mundo. Con decirles que un trancón en Bogotá es nada comparado a lo que puedes llegar a vivir en un embotellamiento en esta ciudad. A pesar de esto, fueron 4 años que me permitieron encontrar mi verdadera pasión en mi vida: los idiomas. Aprender a hablar ruso me motivó a tomar los idiomas como una alternativa de vida profesional que abre puertas, culturas y personas que jamás imaginé poder conocer. Ahora, a parte del español, el inglés, francés y alemán hacen parte de mi repertorio, pero el ruso tiene un lugar especial en mi corazón, porque fue gracias a este idioma, y todo lo que él encierra, que pude vivir, sin miedo a equivocarme, la aventura más grande de mi vida.
Esto es solo un vistazo de lo que viví por cerca de 4 años en esta patria adoptiva a la cual le agradezco lo que me dio. Sin embrago, Rusia seguirá siendo un misterio para mí en su inmensidad, esto a pesar de que conocí varias ciudades, poblaciones y corregimientos, pero el hecho de que siga oculta y que tenga muchas más ganas de seguir conociéndola, convierten a este episodio de mi vida en una experiencia realmente transformadora, la mejor locura que pude hacer: la aventura de mi vida… la que espero retomar en un futuro no muy lejano.
Ahora se preguntarán ¿qué hacer en Rusia? Dependiendo de la estación puedes encontrar infinidad de actividades. En verano, un paseo en bicicleta por la calle Arbat o un picnic en los bosques y parques de la región Sur Occidente de Moscú son los planes preferidos. En invierno debes ir sin dudarlo al gran Teatro de Moscú o El Balshoi. El lago de los cisnes siempre está en función. Si no tienes dinero para esto puedes ir a patinar sobre hielo al Parque de la Cultura y si eres más tradicional y quieres conocer sobre la cultura, programate para el inicio de la temporada con las Maslitnitsa (un carnaval de Crêpes rusos). En otoño y primavera se suele ir a otras ciudades en tren como a San Petersburgo, Tula, Ekaterinburgo, Ariol, Kazan y demás. La arquitectura característica de los templos ortodoxos y musulmanes son el mayor atractivo.